Los que me conocen saben que me gusta mantener las
tradiciones más que comer con la manos. Y el día 24 de mayo, con su misa
matinal en el pabellón del Colegio Salesianos y su procesión por la tarde, es
una de las tradiciones que mantengo de manera activa en mi vida. Esta mañana he
acudido a la misa, como decía antes, aunque, he de reconocer, que a esta
eucaristía hacía años que no acudía por trabajo, pero en este 2016 (por
desgracia) he podido asistir. Y ante los tres pasos que saldrán esta tarde, más
la imagen de María Auxiliadora que había salido en el Rosario de la Aurora, he
vivido una mañana especial. Y digo especial, porque a mi gusto por lo
tradicional, a mi devoción por esas imágenes o a los miles de recuerdos que
acudían a mi mente en ese momento, a todo eso, por si fuera poco, encima se le
unía que mis dos hijos pequeños estaban allí también en la misa del 24 mayo. La
edad de ellos hace aun más enternecedor lo vivido, y la edad mía también, ya
que uno se va volviendo más sensible ante todo.
Pues como digo, allí estaba
cada uno de mis niños con sus compañeros, en el lugar que le correspondía a
cada uno por su edad y su curso. Y allí estaba yo, acompañado de mi mujer,
pendientes los dos de la celebración y también, no voy a negarlo, pendientes de
ellos cada vez que ambos nos buscaban con la mirada. Allí estaban ellos como
tantos y tantos años estuvo su padre, en esa misma misa y en ese mismo
pabellón. Pero la cosa no acaba aquí. Por primera vez, los dos, Manuel y Julia,
salen en la procesión de María Auxiliadora. Justamente hoy que se cumplen 37
años de mi primera salida procesional en el cortejo de Salesianos y que hoy iré
caminando entre el público como en aquellos años iba mi madre tras de mí (y mi
padre lo hacía desde el cielo). Por eso digo que la cosa no acaba ahí, porque
hoy a las seis de la tarde, aunque no salgo en la procesión de María
Auxiliadora, en verdad sí salgo porque salen mis dos hijos. Viva María
Auxiliadora. Y punto.
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